Sea la megaminería, la extracción de petróleo o las grandes superficies de monocultivos, al neo-extractivismo se le presenta como la gran oportunidad de aumentar las exportaciones y generar los recursos que permitan enfrentar los flagelos sociales, sin detenerse a considerar los daños irreversibles que se causan a los pueblos indígenas y comunidades campesinas que habitan en territorios ricos en biodiversidad y aguas dulces.
Ante la falta de soluciones innovadoras para encarar la problemática social, los gobiernos lucen atrapados en la dicotomía de "extractivismo o pobreza". Si bien es cierto que las multimillonarias regalías obtenidas por la intensificación del extractivismo ha ayudado a disminuir los elevados niveles de desempleo, pobreza y exclusión social, está práctica no se puede asumir como si no hubiera otra alternativa.
Reivindicar la soberanía nacional sobre los recursos naturales fue un paso absolutamente necesario para comenzar a pagar la deuda social. Pero en lugar de limitarse a exportar petróleo y minerales sin valor agregado, hay que plantearse la industrialización de los hidrocarburos y de la riqueza minera.
Asumir el extractivismo como la única opción para encarar los problemas sociales es propio de la mentalidad cortoplacista y rentista que es necesario sustituir por una nueva cultura del trabajo. En adelante, se impone utilizar de manera inteligente parte de esa cuantiosa renta en proyectos productivos, con la tendencia de importar lo que bien pudiera producirse localmente.
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